Hace ya una década, en torno al año 2014, realicé un cortometraje impelido por desmedidas ambiciones artísticas, pero que acabó resultando en mi mayor fracaso dentro de ese ámbito. En él, unos guerreros de traza nietzscheana se hallaban exiliados sobre un lejano planeta para escapar del control de una corporación tiránica que llevaba por nombre Kratos, como el encargado de encadenar a Prometeo a la piedra de su tormento. Al margen de los considerables errores de aquel corto, esa metáfora se me antoja ahora tremendamente poderosa e idónea para describir la situación reinante, tanto en lo personal como en lo concerniente a la distopía que nos rodea. Hoy Europa en su conjunto, y España en particular, se han convertido en la piedra donde el Nuevo Orden nos ha encadenado a los superhombres que anhelamos alcanzar el fuego de la verdad y de la felicidad.
Me marcho. Me marcho de España con una amalgama de sentimientos encontrados. Por un lado, el resquemor de la derrota, vital, laboral y social. Por otro, imbuido con cierta esperanza, ilusión o fortaleza. Al igual que un lobo lamiendo sus heridas mientras contempla la luna creciente.
No deseo ensuciar esta reflexión relatando mis pormenores personales, quizás en conjunto demasiado triviales y mundanos. Pero mi vida se había tornado insostenible. En lo económico se presentaban alquileres o hipotecas con cifras similares a cualquier presunto sueldo —quien tenga esa suerte— y deplorables condiciones; impuestos leoninos y crecientes; multas por doquier; imposibilidad no ya de ahorrar, montar un negocio o tener ganancias fructíferas, sino hasta de sobrevivir. En lo político y social qué podría decir que no haya comentado antes; se me hace harto difícil resumir este infierno que supera con creces toda elucubración de la literatura futurista, pero que permanece invisible ante los narcotizados ojos del rebaño. La Europa actual, si la desligas de su envoltorio ocioso y tecnológico, dista poco de aquella de diezmos y pernadas, donde el sheriff de Nottingham te encarcelaba por cazar un venado o la Inquisición te condenaba por discutir uno solo de sus dogmas. Ante la inexistencia de un Robin Hood —o de cualquier personaje de Walter Scott, Stevenson o Salgari— únicamente queda el exilio. Sin ánimo alguno de copiar a Unamuno, siento que me ahogo, me ahogo y me duele España.
Hace casi siglo y medio, la hermana y el cuñado de Nietzsche también llegaban a Paraguay tras abandonar una corrompida Alemania con el objetivo, puro y loable, de fundar Nueva Germania. Que un proyecto tan excesivamente ambicioso no lograse prosperar es lo de menos; me quedo con su valentía homérica. Mi más modesta aspiración consiste, sobre esa misma tierra, en tener una Nueva Hispania aunque solo sea dentro de mi reducto personal, virtual o en mi corazón libre.
Ahora, deslizo la mirada desde este avión que tanto pánico me da. Amanece entre las nubes, y los primeros rayos del sol alcanzan a tocar mi rostro.
Adenda:
Mi primera gaseosa al llegar, y me percato de que el tapón no está encadenado a la botella, ajeno a los dictados de Úrsulas y Gretas. Buen augurio.
Manuel Escudero
👏🙂Fantástico modo de narrar las razones por las que has dejado atrás a España. En mi caso han sido parecidas y solo volveré a visitar a los míos.
UigiG
Muchas gracias por leerlo y comentarlo; ¡me alegra que te haya gustado!