Por fin, y tras innumerables intentos fallidos, esta vez sí: había quedado con mi amigo Alan. Terraza tras terraza, el aroma a hachís del bueno flotaba en el aire de aquella cálida tarde de primavera. Pero ahora, el sol ya caía y optamos por un interior. En cuanto que encargué un mojito, bajé a los servicios, que el cambio de entorno había colocado en lo más alto de mi lista de prioridades.

Descendí aquellos escalones como Dante separándose de su Virgilio.

Con la mente aún obnubilada por los distintos quehaceres y rutinas alienadoras de la semana, me encontré en una bóveda cubierta con cientos de burdos graffitis. Una vez ante el urinario, me saqué la verga y entonces me percaté de que, justo ante mí, un extenso texto manuscrito en indeleble tinta negra me interpelaba directamente:


El graffiti real recreaba una letra de Bob Dylan incitando a una matanza en nombre de “Dios”


A infinitos años luz, en una dimensión paralela demasiado parecida a esta, un individuo gris y mediocre recibió una gran revelación, despertó de repente y al llegar a casa accionó el gatillo de su escopeta al igual que el subrepticio mensaje hizo lo propio con la maldad de su inocua mente.


Pero estamos en este universo, así que desanduve el camino hacia la barra, intenté olvidar la revelación y paladeé mi mojito tanto como la conversación con Alan.

En un momento dado, y justo en un interesante debate sobre la plandemia y sus peculiares ramificaciones, mi amigo me hizo notar algo que vio reflejado en el espejo en que se había convertido la pantalla apagada de su teléfono móvil. Los distintos espejos, como en Matrix o el cine de Jean Cocteau, nos llevan a la realidad oculta tras esta pantomima. Levanté la vista y allí estaba. En el grifo de cerveza del antro se exhibía un ojo reptiliano dentro de una pirámide de ladrillos. Vigilándonos metafóricamente. Advirtiéndonos desde el otro lado. Interrumpiendo una conversación peligrosa para la tranquilidad del sistema o de su plan.


En el otro universo, mi alter-ego, recién desalienado, continuaría llevando su furia libertaria hasta el más alto nivel.


Pero en éste, me terminé la copa y la noche se acabó, como un disparo al otro lado del multiverso.



Escrito en mi viejo celular en la primavera de 2022, mientras escuchaba trap y hard techno y me hinchaba a cubatas —ignorando a las hembras— en una “disco” decorada con miles de hexágonos, solo unas horas tras los hechos reales.

© Pedro Jaén Rodríguez 2022


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