Ahora que regresan los nublados y el fresco, vuelvo también a los primeros tragos de mate. Mientras doy un cálido sorbo e intento estructurar ideas para la escritura de un guion, me vienen a la cabeza, sin saber por qué, los intermissions. Siempre sentí una especial debilidad por ellos, desde casi donde alcanza mi memoria cinematográfica. Para mí son, junto a las oberturas, un epítome del clasicismo, una parte fundamental del aroma y del sabor de la perfección de la edad de oro del gran cine. Hoy serian casi implanteables ante un público cegado por las prisas y el insensato ansia y unos ejecutivos donde prima más la ignorancia consumista que la erudición o el refinamiento. Significaban posos de la solera de la ópera o la epopeya, oasis de paz en el núcleo de la narrativa dramática, pausas reflexivas donde poner en orden todo lo percibido y crear la expectación necesaria para las sorpresas o conflictos que están por devenir.

Su aparente simpleza o sobriedad escondía una condensación de estética y elegancia, de sugestiva evocación. Esos telones rojos con letras doradas, o a veces sencillamente la luminosa palabra entre la oscuridad, dando tiempo no solo para ir a reponer las palomitas —su finalidad originaria— sino para apreciar la inmensa grandeza de las partituras de Miklós Ròzsa o de Maurice Jarre y poner en orden las ideas.

Accidentalmente crearon, además, eso que ahora los modernitos llaman cliffhanger. Ben-Hur regresaba a su hogar para encontrarlo devastado, Escarlata juraba no volver a pasar hambre, Barry Lyndon iba a sentar cabeza, y Bowman quedaba solo en mitad de su misión en 2001.

Menos es más, y esos minutos transmitían más épica que cualquier hueco producto actual.

A veces, también, me pregunto si en la vida hay intermissions. Etapas donde todo se detiene y entra en una larga pausa. Pero no una pausa estéril o exasperante, sino una donde disfrutar de la espera. De dejarse llevar por la banda sonora de la existencia mientras ajustamos o asimilamos toda la vorágine de vivencias y experiencias que hemos vivido. Reposar, y repasar. Y repostar en los boxes. Sabiendo que, por larga que sea la pausa, es bella, es hermosa, y que cuando vuelva a alzarse el telón de este intermission, aun nos espera media vida de aventuras tan emocionantes o más que las pretéritas.


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